jueves, 28 de julio de 2011

Suburbano

Hoy es la primera vez que utilizo el servicio del tren suburbano de la ciudad. Sin embargo la añoranza de mi niñez me ha dado un súbito golpe al entrar a la estación.

La única vez que tuve una aventura en tren fue rumbo a Oaxaca y mi nerviosismo era impresionante, temía que el tren partiera sin nosotras.

Al llegar a la estación me sorprendió el tamaño espectacular de su entrada, la compra de boletos, el ruido de la gente y sus maletas cargadas con cualquier cantidad de cosas y animales. Muchos adultos, no recuerdo haber visto niños.

Mi madre lidiaba con las maletas, la prisa y sus hijas. Recuerdo verme corriendo en el andén gritando al boletero: Señor, señor, espere! Claro, el tren avanzó mucho después que nosotras tomamos nuestros lugares, pero tal era la emoción que para mí, los pasos se me hacían eternos.

Hoy que la realidad ha alcanzado a los ferroviarios y cuya existencia sólo queda en mi memoria, me da tristeza encontrar a la estación Buenavista llena de gente con mucha prisa, empujándose, corriendo por alcanzar un lugar, llenando de intranquilidad aquel lugar que se llenaba de ruido, sí, pero de un ruido que invitaba a descubrir, a viajar, a descansar y llegar a salvo a tu destino.

De la estación se conservan las bancas y las taquillas. Por lo menos es lo que yo vi al llegar.

Ojalá el tiempo pudiera volver y yo viajar una y otra vez en esos vagones de mi infancia.
Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

martes, 26 de julio de 2011

Mi nombre

Ahora que el año del conejo está haciendo de las suyas a diestra y siniestra entre mis amistades, la elección del nombre para el futuro mexicano/a se vuelve parte fundamental de la dulce espera. Aquel dato identificador podrá marcarlo para bien o para mal el resto de su vida.

Recuerdo cuando DemasiadoEgo pasó por ese proceso. Y bueno, sale a colación porque fue el último embarazo que viví tan de cerca y por el cual me siento afortunada de ver a la peque más linda del mundo crecer día a día.

El caso es, que en relación a la elección del nombre hay qué buscar muy bien y considerar ciertos puntos: Si rima con los apellidos, si el diminutivo no resulta motivo de traumas futuros o potenciales víctimas del bullying, etc. Pero siempre buscando el bien del hijo en cuestión.

Aunque también hay historias truculentas cuando de otorgar identidad se trata. Como la mía, por ejemplo, que ostento el nombre de un viejo amor.

Así es, querido lector. Mi llegada a este mundo le recordó a mi padre la primera vez que su joven corazón conoció el amor. Y en ese momento decidió que su primera hija llevaría el nombre de aquella muchacha.

Pero no sólo era el recuerdo lo que lo motivó a la elección. Resulta que la doncella se apellidaba igual que él, entonces pues así mucho trabajo que digamos para buscar algo que rime en conjunto no le costó. Y aquí entro yo a pagar los platos rotos.

Fue motivo de peleas porque mi mamá buscaba un nombre que sonara dulce al pronunciarlo, que equiparara a mi persona... Bueno sí, me quería llamar Dulce. Lo cierto es que yo no soy nada dulce y mi personalidad no es tan azucarada. Luego pensó en nombrarme Abril pero ni al caso con quien soy ahora, no soy la primavera en todo su esplendor además nací en temporada de lluvias. Así que no hubo de otra mas que aceptar el nombre del primer amor de mi padre.

Y allí comenzó el sufrimiento. En la primaria de María no me bajaban. Digo, sí es mi primer nombre pero por qué ser tan despectivos. Y a eso agregue usted el look con trenzas que adornaban mi cabeza, estaba frita.

Con el correr de los años uno se hace de su caparazón y encuentra el humor de llamarse como el estereotipo mexicano femenino. 'Todas somos Marías', dice una amiga cuya rara costumbre es anteponer ese nombre a cualquier mujer, se llame o no así.

Hoy en día mi nombre no me causa ningún complejo. Me acepto víctima de un desliz mental de mi padre pero le agradezco su elección.

Según mi visión particular, mi nombre me ha dado fortaleza y he sido fuente de apoyo para otras personas. Vaya, algo bueno forjó en mí.

Lo cierto es que si en algún momento la vida me permite engendrar, espero que mis hijos no escriban un post-saca-traumas como este y que se sientan lo más cómodo posible con su identidad. Ahora que si de plano fue demasiado fuerte el momentus brutus, pues que se cambien el nombre, que por libre albedrío no paramos. He dicho.

Post dedicado a la llegada de los pequeños milagros de quienes forman parte de mi vida.
Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

viernes, 8 de julio de 2011

Sala de Belleza Emily

El portón negro de aquella casa sigue siendo testigo fiel de los ires y venires de las señoras de la colonia. La pequeña ventana que enmarca el lugar, hoy se abre de par en par para 'apartar', para mirar, y ser cómplice de los ruidos que emanan del interior.

Desde que tengo memoria, este lugar ha sido centro de reunión de mi abuela, tías y vecinas. Han pasado los años y, aunque la estructura arquitectónica del exterior ha cambiado, por dentro todavía las paredes están decoradas con las fotografías de los looks en boga en los ochentas, los muebles cambiaron de color para darle un entorno más actual a la pequeña salita, y en una canasta amarilla, se ven los 'huesitos' enrollados en papel de china que sirven para hacer el 'permanente' en el cabello de las señoras.

En mis días de pequeña solía acompañar a mi mamá mientras le cortaban su cabello o le hacían manicure. Recuerdo que mi abuela nos alcanzaba y entre las señoras que iban al salón a 'echar chal' y la dueña del lugar reían a carcajada suelta mientras a una le lavaban el cabello, a otra con los huesitos en la cabeza esperaba bajo la secadora y una más, secando al aire sus uñas recién pintadas.

La Sala de Belleza Emily nunca ha sido un gran salón ni tiene filas de personas esperando por ser atendidas, sin embargo, ya es tradición en la colonia de mi abuela. Las risas y camaradería han disminuido con el paso de los años, aun así las generaciones siguen buscando embellecerse en ese lugar.

Hoy fue mi turno. Yo que soy tan sangrona para algunas cosas en cuanto a la belleza se refiere, decidí arriesgarme y formar parte de la selecta clientela del lugar. Mi sacrosanta me habla maravillas de 'Mago', Margarita es su nombre. Ella ha hecho de sus manos maravillas adornándolas con un hermoso barniz y manteniéndolas muy estéticas. A sus ojos los ha enmarcado con una ceja delineada cuya forma resalta su belleza natural y bueno, a tanta insistencia, cedí.

Para mí, la ceja fue mi elección. Hace unos días decidí probar con cera, rápido, cuasi indoloro y en un lugar donde te atienden como reina. Mi sacrosanta insistió en que fuera con Mago y hoy 'hubo lugar'.

Me recibió una mujer en sus cincuentas, cabello castaño claro y trenzado hasta la cintura. Esperé mientras terminaba con otra persona. Para avanzar aplicó sobre mi ceja una crema que ayudaría a la hora del depilado. Ya valí!, pensé. Así que comencé el coco wash con el mantra sagrado: La belleza cuesta.

Así llegó mi turno, la luz del día atravesó la ventana y se reflejó en mi rostro. Mago me indicó reposar mi cabeza en el respaldo de la silla pues no sería cosa de dos minutos. Ya acomodada la tortura comenzó. Las pinzas de metal jalaban por aquí y por allá. Mis párpados sentían el jalón donde mis cejas antiestéticas se perdían.
En una visión al estilo 'Edward manos de tijera', Margarita hacía lo propio hasta que, después de unos minutos terminó. Me invitó a verme en el espejo, mientras mi cabeza repetía un que no se vean feas, que no se vean feas.

Mi sorpresa fue mayor cuando, al encontrarme con un buen trabajo, sin dudarlo puedo decir que Mago encontró la forma ideal para mis rebeldes y raquíticas cejas.

La Sala de Belleza Emily, forma ya parte de mi historia y no sólo familiar. Si ya era motivo de mis días felices de infancia, hoy lo es de la mitad de mi vida.
Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel