Hay un libro que me recuerda mucho esta anécdota que les voy a platicar pues aquí lo que sobra es pura imaginación. La obra se llama "Casi medio año" y es la historia de un niño que se encuentra un cuaderno tirado en su casa y de inmediato lo adopta como su diario durante casi medio año. En fin...
En esta anécdota no encontramos un cuaderno ni lo usamos de diario; eso sí, este blog fungirá como hoja de papel para conservar la historia de mi infancia.
Llegada la época de vacaciones, mis vecinos y yo nos dábamos cita todas las tardes a mitad de nuestra calle para comenzar con los juegos. El primero era siempre "la traes" o "encantados", y así entre correr a la base y el un, dos, tres por todos mis compañeros... ¡salvación! se nos iban las horas hasta que el sol comenzaba a ponerse. Ese era el momento para inventar nuevas travesuras.
Cuando terminábamos con el repertorio de juegos, siempre salía un listo que proponía jugar "Pinocho". Entre todos escogíamos a la víctima y él(ella) era el encargado de tocar el timbre de la casa que escogíamos para él. Cuando se acercaba y timbraba, todos salíamos despavoridos a escondernos y después aparecer como los pingüinos de Madagascar... con cara de no rompemos un plato.
Las caras molestas del vecino cuando veían que no había nadie a la puerta eran la corona de laureles para nuestros juegos. Y todos reíamos hasta que un día tocamos en aquella casa, la que tenía muchísimos azulejos, muchísima herrería, la casa del "cazador".
No recuerdo quien fue la víctima, sólo vienen a mi mente el momento en que el hombre chaparro y gordo, bigotón y muy mal encarado, vestido con pantalones de trabajo y una camiseta blanca, asomó a su puerta.
Realmente era atemorizante verlo, nos gritó y amenazó con perseguirnos por portarnos mal. Craso error, se convirtió en el primer blanco de cada tarde. Hasta aquel día, cuando, enojadísimo, salió con un machete a abrir la puerta.
Ese día dejamos de molestarlo. Con el machete también nació la leyenda urbana. Poco después decían que ese hombre secuestraba niños y que los despedazaba con el machete. Obvio, nuestras infantiles mentes fueron presas de tantos dimes y diretes.
Con los años, lo único que ha cambiado en torno a él es su cabeza. Sigue siendo tan mal encarado y gruñón como lo recuerdo. Incluso los vecinos omiten dirigirle la palabra.
Hoy el "cazador" tiene un par de nietos, pequeños todavía, la verdad dudo que lleguen a escuchar las historias que se decían de su abuelo. Me pregunto si todavía conservará el machete y si alguna vez en su vida les contará cómo logró ahuyentar a los traviesos vecinos que jugaban Pinocho con el timbre de su hogar.
En esta anécdota no encontramos un cuaderno ni lo usamos de diario; eso sí, este blog fungirá como hoja de papel para conservar la historia de mi infancia.
Llegada la época de vacaciones, mis vecinos y yo nos dábamos cita todas las tardes a mitad de nuestra calle para comenzar con los juegos. El primero era siempre "la traes" o "encantados", y así entre correr a la base y el un, dos, tres por todos mis compañeros... ¡salvación! se nos iban las horas hasta que el sol comenzaba a ponerse. Ese era el momento para inventar nuevas travesuras.
Cuando terminábamos con el repertorio de juegos, siempre salía un listo que proponía jugar "Pinocho". Entre todos escogíamos a la víctima y él(ella) era el encargado de tocar el timbre de la casa que escogíamos para él. Cuando se acercaba y timbraba, todos salíamos despavoridos a escondernos y después aparecer como los pingüinos de Madagascar... con cara de no rompemos un plato.
Las caras molestas del vecino cuando veían que no había nadie a la puerta eran la corona de laureles para nuestros juegos. Y todos reíamos hasta que un día tocamos en aquella casa, la que tenía muchísimos azulejos, muchísima herrería, la casa del "cazador".
No recuerdo quien fue la víctima, sólo vienen a mi mente el momento en que el hombre chaparro y gordo, bigotón y muy mal encarado, vestido con pantalones de trabajo y una camiseta blanca, asomó a su puerta.
Realmente era atemorizante verlo, nos gritó y amenazó con perseguirnos por portarnos mal. Craso error, se convirtió en el primer blanco de cada tarde. Hasta aquel día, cuando, enojadísimo, salió con un machete a abrir la puerta.
Ese día dejamos de molestarlo. Con el machete también nació la leyenda urbana. Poco después decían que ese hombre secuestraba niños y que los despedazaba con el machete. Obvio, nuestras infantiles mentes fueron presas de tantos dimes y diretes.
Con los años, lo único que ha cambiado en torno a él es su cabeza. Sigue siendo tan mal encarado y gruñón como lo recuerdo. Incluso los vecinos omiten dirigirle la palabra.
Hoy el "cazador" tiene un par de nietos, pequeños todavía, la verdad dudo que lleguen a escuchar las historias que se decían de su abuelo. Me pregunto si todavía conservará el machete y si alguna vez en su vida les contará cómo logró ahuyentar a los traviesos vecinos que jugaban Pinocho con el timbre de su hogar.
3 comentarios:
Qué buena idea me has dado!
Para los que tocan el timbre por diversión.
Besos
Mmm, vamos por segunda vez!! ya había escrito y lo borro!!
Decíaaaa, siempre hay un sr. (o sra.) así en cada calle, que amargados! jajaja
Menos mal a nosotros no nos salio un señor con machete! eso fue extremo!!!
Saludos
Zereth: jajaja ok, yo contribuyo con el cuidado del búnker :P
Ale:Felicidades por el blog!!! y felicidades por unirte a este :P jajaja
Saludos!!!
Pily
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