sábado, 6 de marzo de 2010

Bromas Pesadas

Recuerdo muy bien los días de infancia, sobretodo los fines de semana compartidos con los primos. Ya fuera que nosotras invadiéramos sus terruños o que ella, principalmente, viniera a puebloquieto a pasar un par de días entre risas, pláticas de azotea y muchas cosas qué contarnos.

Era muy divertido, desde pequeñas nuestras mamás nos fueron inculcando la onda "acércate a tu familia" y entre juegos y travesuras descubrimos que, al crecer, éramos inseparables. Todo cambia, por supuesto, sin embargo esa época la recuerdo con cariño.

Curiosamente en ese tiempo las bromas entre nosotras se iban haciendo más pesadas cada vez. Cuando estábamos las tres juntas el valor subía de tono, hacíamos travesuras que sólo con la complicidad de la noche eran fabulosas. Desde gritarle al vecino que iba pasando, hablarle por teléfono al dueño de las quincenas en turno, cantar en le techo de mi casa a altas horas de la madrugada, en fin. Hasta que un día ocurrió.

Recuerdo que era medio día. La flojera era nuestra marca. Era ya medio día y apenas íbamos abriendo el ojo. Cómo no, si anoche nos acostamos a las 4 de la mañana. Teníamos hambre así que nos vestimos con pants y tenis para ir a la carnicería, algunos dulces y de vuelta a la casa a ver qué otra cosa se nos ocurría.

Ella comenzó el juego. En lo que una se vestía, la otra llegaba por atrás y le jalaba los pantalones. Nos correteamos un muy buen rato hasta que la tripa no pudo más obligándonos a salir por alimento.

Al doblar la esquina no lo pude evitar. Con un simple movimiento de mi mano y los pantalones de mi prima ya estaban hasta sus rodillas. En un instante sólo su grito ahogado pronunciando mi nombre: ¡Pilyyyyyy! mientras apenada, se hacía bolita en el piso tratando de ocultar su pena y sus chones más viejos (como ella los denominó) de la vista de cuanto curioso pudiera haberse dado cuenta de la escena.

Por un momento el mundo parecía haberse detenido. Se hizo un mutis general con la vista dirigida hacia donde nos encontrábamos. Tal pareciera que en el instante mismo en que ella dijo mi nombre, todo quedara en silencio. Las tres tiradas en el piso muertas de la risa. Ella se colocaba bien su ropa pero no se levantaba del piso. No me veía pues su atención estaba dirigida a sus espectadores. Mi hermana no hacía nada, sólo reía incontrolablemente.

Los cachetes y el estómago nos dolían. Cuando por fin logramos controlarnos un poco, nos pusimos de pie y ella exclamo: "Si me lo hubieras hecho en mi colonia te dejo de hablar, pero aquí nadie me conoce entonces no me preocupa. Y bueno, me hubieras avisado, no que me puse los chones más viejos que encontré. Así por lo menos me hubiera puesto una tanguita o algo más sexy, qué valiera la pena el espectáculo".

Nos regresamos a la casa. Ya no hicimos nada más ese día.

A la fecha, me sigo riendo de tanta tontera que solíamos hacer. ¿Me arrepiento? ¡No! Eso sí, con los años las bromas tomaron otros rumbos. Hoy estoy segura que una de este nivel, no la repetiría.

2 comentarios:

Zereth dijo...

jeje, ah qué llevadita!

:D Moraleja, siempre hay que vestir ropa interior decente, por lo que pudiera ofrecerse.


Besos

Neftali dijo...

jajajaja pilyyyyyy, recuerdo varias que le hice a los amigos. lo mejor fue en los centros comerciales, pero de eso ya van varios años y no me acordaba.

saludos.