martes, 8 de febrero de 2011

Tequisquiapan

Los domingos, cada quince días, eran salida obligada con él. Le encantaba llevarnos a caminar, a pueblear; le gustaba inculcarnos el espíritu aventurero. En realidad creo que lo hacía por salir de la rutina y por ver coronados en nosotras sus deseos de ser alpinista profesional. No se le cumplió.

Para variar un poco, y a petición de las implicadas en las salidas a caminar, que por cierto se iban haciendo tediosas pues tanto verde también aburre, decidió llevarnos a nadar. Su bólido era uno de esos carros lanchones, el palomo le llamábamos, y raudo y veloz nos transportaba a diferentes lugares, entre ellos Tequisquiapan.

Recuerdo perfectamente el lugar. El aroma del pasto recién cortado, la orilla de cantera rosa que tenía la alberca; las letras talladas en esa piedra todavía se leen frescas en mi memoria. Todavía me parece sentir el sol acariciando mi espalda mientras juego en la orilla con mi hermana. Me encantaba ir a nadar al Relox, ese hotelito ubicado en el corazón del pequeño pueblo de Querétaro.

Después de tanto ejercicio, risas y chapuzones, la comida obligada era en los portales del zócalo. No recuerdo con certeza el lugar donde solíamos comer, sin embargo, el sonido del reloj de la iglesia y los juegos en la fuente eran parada obligada antes de volver a casa.

Casi 17 años después regresé a ese lugar, hoy denominado pueblo mágico.

En esta ocasión mi acompañante fue elamorquetengo. Agradecí enormemente me llevara al pueblo de donde conservo muy buenos recuerdos de mi infancia. El camino fue totalmente desconocido para mí, sin embargo, me llevé una grata sorpresa al encontrar aún de pie, el sitio de mis risas infantiles, el kiosko de mis travesuras y el encanto intacto del lugar.

Otra grata sorpresa fue descubrir los sabores de su cocina local. Ese queso fundido, que parecía mantequilla al deshacerse suavemente en el paladar, lo acompañaré, la siguiente vez que visite Tequisquiapan, con una copa de vino de las Cavas de Freixenet.

Desenpolvar los recuerdos es algo maravilloso, claro, puede haber bemoles al hacerlo. Afortunadamente los míos me dejaron un excelente sabor de boca. Las ganas de volver a ese mágico lugar siguen presentes y estoy segura, pronto lo haré.