jueves, 24 de marzo de 2011

Radio Felicidad


La llegada del amanecer llegaba cargado de sonidos agradables a mi oído. Al sonar las 5 a.m. el radio reloj que se encontraba junto a mi cama, iniciaba la jornada sintonizando la estación preferida de mi madre. Durante muchos años La Tremenda Corte me hacía reír entre sueños con las aventuras de Tres Patines y el Sr. Juez mientras Nananina se quejaba de las peripecias que le hacían pasar. ¡Secretario, dos pesos de multa para el Sr. Tres Patines!, mientras tanto, mis párpados se negaba a abrirse para dar paso a un día más.

Si acaso la voz de Gutiérrez Vivó empezaba con las noticias del día, era señal que se nos había hecho muy tarde y a correr para llegar no muy tarde al trabajo/escuela. Recuerdo claramente su pausada voz, anunciando los titulares de la mañana.

Los años pasaron así como los gustos musicales de mi madre quien era la encargada de sintonizar la estación de su preferencia en el despertador. La música que llegó para quedarse era el slogan de la estación cuya programación era la misma a las 5 de la mañana. Primero una canción de cuyo nombre no puedo acordarme, luego El Cóndor Pasa y, después mi favorita, Ata un listón amarillo al viejo roble. De allí en adelante no recuerdo más, un cúmulo de melodías e intérpretes se entremezclan en mis recuerdos entre un calcetín, un zapato y los jalones a mi larga cabellera tratando de ser peinada por mi mamá.

Ya en la preparatoria me olvidaba de los gustos de mi mamá escuchando Borrego de Media Noche, mientras me escabullía de ser cachada por mi abuela por tener la radio encendida mientras los demás dormían. Mis gustos musicales variaron tanto y se complementaron con otros.

Pero lo mejor estuvo por llegar cuando por fin mi llamada entró a la estación de mi preferencia y comencé la racha de buena suerte y regalos. Me encantó escuchar mi voz anunciando la siguiente canción de la programación diaria, los pases para el cine, para el ballet, y para uno que otro concierto juvenil.

Mi voz ya no era una de tantas entre la multitud de personas que escuchaban la estación. Ya tenía nombre, luz propia y era reconocida por mi locutor favorito. Me sentía su amiga, ese lazo que la radio nos forjó a través de sus ondas se hacía realidad cuando mi nombre lo pronunciaban al aire y me hacían una feliz ganadora.

En estos días mi forma de escuchar la radio ha cambiado. Ahora mis programas favoritos se transmiten por internet, mi voz se expresa de diferentes maneras. Las redes sociales hacen más fácil esa comunicación, ya no tengo que pasar horas pegada al teléfono para escuchar una grabación diciéndome que las líneas están ocupadas, sólo debo tuitear algo al locutor de mi preferencia y, estoy segura, si resulta adhoc al momento, será leído al aire y nuevamente volveré a sentir que algo nos conecta.

Curiosa necesidad del hombre del sentido de pertenencia. Sin embargo, ha dejado en mi memoria musical tantos y tantos momentos de felicidad.

lunes, 7 de marzo de 2011

Hayao Mizayaki

Cuando era niña, a mis días de infancia la acompañaron caricaturas que me hacían soñar despierta, estimulando mi imaginación a tal grado, que hoy en mis días de adulta, deseo fervientemente comer un tazón de arroz como los que comía Tom Sawyer o probar uno de los quesos preparados por el abuelito de Heidi.

La magia de las caricaturas japonesas, las de antaño, era increíble. Siempre me pregunté qué se sentiría andar descalza por la isla donde la familia Robinson permanecía mientras era rescatada, cuál sería el sabor del pescado cocinado en hojas sobre la fogata en la playa o simplemente, comer un trozo de la hogaza de pan recurrente en mis mangas japonesas favoritas.

El recuerdo de éstas me permite volver a esos días de felicidad, donde lo único que me preocupaba era vivir y seguir jugando. Hoy en día no es tan fácil hacerlo, cuando las angustias te vuelven hombre gris, como dice Ende, y te pierdes en el ruido de la gran ciudad y la cotidianidad de la vida adulta.

Sin embargo, las historias de hechiceros, brujos, animales fantásticos, viajes en el tiempo y lecciones de vida, siguen presentes y Hayao Mizayaki es el responsable de ello.

Mizayaki devuelve la fantasía del manga japonés a historias como Mi vecino Totoro, El Viaje de Chihiro y, mi favorita, El Castillo Vagabundo.

En esta última, las aventuras de Sofi y Hawl se ven recompensadas por el amor, un corazón noble y una familia un tanto bizarra. Así, el viaje del Castillo Vagabundo, sigue su curso pero nunca más como un solitario.

Para deleite de chicos y grandes, vuelven esas imágenes que te invitan a recrear un mundo fantástico, donde no es lo mismo respirar el salado aire del mar a inhalarlo directamente de aquella provincia donde Sofi y Matt buscan hacer las compras del día.

Gracias a este caricaturista japonés las buenas historias permanecen para las futuras generaciones, y para las presentes, vuelven los días de ensueño, los días de infancia de hoy en adelante permanecerán.