miércoles, 23 de noviembre de 2016

Del transporte público y sus usuarios

Por fin se desocupa un lugar y pido permiso para sentarme. La chica que ocupa el primer asiento me pregunta hasta dónde voy. ¿Importa? Necesito sentarme, el camión avanza rápido y en cualquier momento frenará de sopetón. 


Contesto a su pregunta y duda en cederme el primer asiento o el que está junto a la ventana. Opta por recorrerse y saca su lápiz negro para delinearse los ojos. 


El resto del camino trata de terminar con su maquillaje, tarea nada fácil y menos porque el sol le da en la cara. 


Cuando ve cercana mi parada, siento su mirada como preguntando a qué hora me voy a bajar. 


Al levantarme del asiento se recorre a mi lugar. De nuevo el maquillaje ahora sí, sin sol que la moleste. 


En esta tribu urbana cada día me sorprendo con nuevos especímenes, nuevas actitudes ridículas e indolentes. Lo normal pareciera ser lo extraño, y cada vez veo más al transporte público como una extensión de la casa. Ya no me sorprendo cuando veo a la gente desayunando, peinándose, maquillándose. Me sorprenderé el día que no lo vea. Ese día comenzará el Apocalipsis.