lunes, 29 de agosto de 2016

En el metro

Hoy me he levantado sin ganas, mirando el despertador esperando que faltarán por lo menos dos horas más antes de poner un pie en el piso. 

Lo que sospechaba, ese parpadeo me había costado cinco minutos más de lo previsto. Un desayuno rápido y a correr para llegar a tiempo. 

Conozco los caprichos de esta ciudad: el tráfico, la prisa, la impaciencia al asomar la cabeza esperando por el convoy naranja que aparezca por el túnel, los minutos corriendo y el metro totalmente detenido. Aun así esta ciudad y su gente me siguen sorprendiendo y no precisamente de buena manera. 

Hoy las cosas son diferentes, llevo un pasajero en mi vientre y saca de mí la mejor estrategia para protegerlo del río de gente que se agolpa en el andén mientras yo intento abordar el metro. 

Nada resulta, la gente no mira a su alrededor, solo se concentra en una cosa: apretar y apretar hasta conseguir un lugar aunque las puertas no se puedan cerrar, aunque desde adentro griten ¡ya no cabe!

Decido regresarme una estación y llegar a la base de nueva cuenta pero esta vez sentada, cuidando que mi pequeño pasajero no sea golpeado ni aplastado. Todo sale bien hasta que intento descender. Las mujeres pelean, se empujan, se molestan verbalmente. No hay respeto ni espacio para ejercerlo. 

Las puertas se abren y por mucho que espero para pasar nadie me deja y al contrario, el convoy se cierra y sigue su camino. Pienso, una estación más y me bajo. Ilusa de mí, tuve que planear otra ruta. 

No fue sino hasta la quinta estación que pude descender y en esa, aunque también eran muchísimas personas las que bajaban, la guerra desatada unas estaciones antes no se comparaba ni en lo más mínimo en este lugar. Con un poco más de civilidad la gente salía y entraba procurando no molestar ni molestarse. ¡Qué GRAN diferencia! 

En otro momento no me hubiera importado empujar, gritar, bolsearme a un par con tal de bajarme donde debí hacerlo siempre y cuando fuera necesario, pero para qué hacerlo si con ser civilizado basta, o por lo menos es lo que uno espera. Eso es algo que nadie entiende y que, al contrario, cree que con empujones todo se soluciona.

Después de dar vuelta y media a la ciudad en el metro, llegué una hora tarde a mi cita. Muy apenada entré al lugar y tomé asiento. 

Mañana repetiré la travesía. Solo espero que una hora más temprano marque la diferencia.