miércoles, 28 de enero de 2015

La casa de mis abuelos

Suena el timbre y la puerta blanca cede al pestillo. Ella asoma su cabeza. ¡Hola mi amor! me dice efusiva mientras me abraza y me invita a entrar. 

Tras de mí sus cansados pasos. Ella vestida con delantal y sus manos escondidas en las bolsas delanteras donde guarda sus dulces, su monedero, sus llaves. Todo su mundo podría resumirse al contenido de esas bolsas. Como cualquier mujer siempre prevenida para salir. 

Doy la vuelta a la entrada y en el sillón está él, con la casa en silencio como escenografía; de piernas cruzadas y tan apacible como siempre me saluda y estira su cabeza para que le bese la mejilla. Un beso entre dulce y salado, lo que me hace pensar que ya dio su paseo diario o que estuvo trabajando en el jardín de la casa.

¿Ya comiste? Me pregunta ella. Ven, vamos a comer, te caliento. Y mientras dirige sus pasos a la cocina, él me pregunta de mi día y cómo me ha ido. Un par de palabras más y se escucha la voz de ella llamándome a la mesa. Ve, me dice él, ya después seguimos platicando.

Los aromas de la cocina delatan el menú del día. Pregunto si ellos ya han comido y ella me dice que sí. Me acompaña todo el tiempo, me platica mil cosas y siempre tan alegre, tan gustosa de que yo esté allí.

Él a lo lejos escucha nuestra plática. Siempre distante más no ausente. 

Cuando volvemos a la sala, él vuelve a platicar conmigo, ella enciende la tele y entre los tres pasamos la tarde hablando de todo. 

La noche cae y casi es hora de irme. Ella me pregunta ¿m'hijita, te vas a quedar? No te corro pero ya es tarde. Creo que nunca me dejarán de cuidar. El reloj aun no marca las ocho y ella siente que el peligro de la calle atenta contra mi seguridad. 

Me despido de ellos con un abrazo y un beso. ¡Luego vengo! le grito mientras alzo mi mano para despedirme mientras ella me contesta ¡me llamas cuando llegues!

Hoy que ya no están, esta misma sensación me sigue llenando cada vez que entro a su casa. 

Este lugar no está frío y su presencia se sigue sintiendo en cada rincón. Ellos siguen viviendo aquí. 

Su casa es mi refugio, mi recuerdo de infancia y de saber que tuve a los mejores abuelos del mundo. 

Creo que todos los nietos pensamos eso de nuestros abuelos. Sin duda los míos no fueron la excepción. 

Los extraño tanto.