martes, 26 de abril de 2016

Yo también sufrí acoso

Un hombre de unos cuarenta y tantos abordó el camión donde yo viajaba. Se sentó en el asiento paralelo a mí y todo el tiempo me estuvo observando, una niña sola viajando en camión es presa fácil para cualquier persona con malas intenciones. 

Al llegar a la base, permanecí sentada hasta que se bajó toda la gente. El hombre gordo descendió de la unidad y se paró en la puerta esperando a que yo bajara. En sus labios se dibujaba una sonrisa mientras me miraba paciente. 

Mi corazón latía rapidísimo, sabía que si me bajaba algo malo me sucedería. Decidí pedirle al chofer que me dejara adelante, antes de que diera la vuelta en el siguiente semáforo. El hombre no esperaba esa acción de mi parte y tampoco reaccionó a tiempo cuando el camión arrancó. Al llegar al semáforo, caminé lo más rápido que pude hasta la siguiente te estación del metro y no volteé atrás hasta llegar a mi destino. Esa fue la primera vez, pero no fue la última. Yo tenía 9 años.

La siguiente ocasión, unos meses después del primer episodio,  un joven de unos 17 años aproximadamente, se acercaba sigilosamente a mí. Mi madre ya me había advertido de qué hacer en caso de que alguien me siguiera, pero sus palabras no se compararon con lo que yo sentí. 

Esa vez mi instinto me salvó al acercarme a una señora y pedirle que me acompañara hasta el lugar al que iba. Sólo estaba a una cuadra de mi destino pero yo sentía que era como recorrer la ciudad entera y tenía miedo de encontrarme aquel chico al dar la vuelta. Ese día, cuando mi mamá llegó por mi, lloré tanto y tan fuerte que le supliqué no volver más a la escuela. Allí se terminaron las clases de ballet.

Los años pasaron, volví a confiar en mí y volví a viajar en transporte público de nuevo yo sola. Iba rumbo a la prepa cuando un hombre gordo, sudoroso se apretó tanto a mi cuerpo que sentí su pene. Me quedé fría. Inmediatamente después lo empujé y puse mi mochila al frente, tratando de crear barrera entre nosotros.

El hombre volvió a acercarse y se volvió a embarrar pero esta vez sobre mi mochila. Cuando el convoy enfrenó lo volví a empujar con todas mis fuerzas y me bajé corriendo. Ya había llegado a mi destino pero hasta que no crucé las puertas de la prepa me sentí de nuevo segura. 

Y así, por varios años más, los episodios de acoso se repitieron varias veces.  Me manosearon, me nalgueó un tipo que pasó en una bici, me agarraron las piernas cuando bajaba del micro. Mi profesor de matemáticas me acosó para que saliera con él y como no accedí me reprobó. Para mi mala suerte presenté extraordinario y él fue el sinodal... Durante los siguientes dos años y qué casualidad que cuando ya no lo fue, yo aprobé la materia. El chofer de una combi estiraba la mano cuando movía la palanca de velocidades para rozar con sus dedos mis piernas. Y yo, aunque me defendía nunca nadie hizo nada. 

En otra ocasión, cuando terminaba la prepa, de regreso a mi casa, el tipo que se sentó a mi lado en el camión se bajó el cierre del pantalón y comenzó a masturbarse. Me dio tanto asco, tanto miedo, que sólo atiné a levantarme del asiento y recorrerme hasta el fondo. Allí, de pie, me fui hasta llegar a mi destino. Era de noche, ya tarde, no tenía opción o era ese camión o me quedaba en la calle. Recuerdo perfecto haberle llamado a mi novio para contarle lo sucedido. Muy enojado me decía lo impotente que se sentía de saber que me pasaban esas cosas y él sin poder ayudarme. Ojalá tuviera coche, me decía. Así podría ir por ti y llevarte a tu casa. Me desespera no poder hacer nada.

Cuando por fin creí que mis días de acoso habían terminado, del otro lado el mundo me demostraron lo contrario. 

Estaba en Egipto, en Alejandría, mis acompañantes y yo decidimos meternos a nadar al mar. La tarde caía y el espectáculo era maravilloso. 

Ya nos habían advertido desde nuestra llegada al país que los egipcios ven a la mujer occidental (tal cual las palabras) como una mujer fácil, que se presta para todo tipo de situaciones sexuales. Nosotros éramos un grupo mixto, así que en cierta forma nos sentíamos seguras de contar con varones que pudieran ahuyentar a cualquiera que pudiera propasarse. Además, decidimos usar ropa discreta. 

Ese día en particular, mis amigas y yo ni siquiera llevamos traje de baño para no provocar nada ni a nadie. Nos metimos al mar completamente vestidas. 

Cerca de nosotras nadaba un grupo de jovencillos entre 13 y 20 años. Le dije a mi compañera que nos alejáramos de ellos, que buscáramos un lugar donde pudiéramos estar tranquilas. Nos alejamos un poco más pero ni así pasamos desapercibidas. 

Los jóvenes nos rodearon, como si fuéramos animales extraños. Nos aventaban agua jugando entre ellos pero con el afán de molestarnos hasta que comenzaron a zambullirse. 

Nosotras seguíamos atentas sus movimientos. De pronto alguien nalgueó a mi compañera y a mí me agarraron una pierna. Los chicos reían y alentaban a los osados a continuar. Mi amiga gritaba cuando se le acercaban y me pedía que nos saliéramos. Tanto era mi coraje que no me quise salir y esperé a que se repitiera el suceso, una de cal por todas las que iban de arena. 

Ya tenía identificado a mi agresor y esta vez iba la mía, esta.  vez el idioma no sería barrera para dejar en claro que NO, que a mí no me podía tocar, que a mí no me iban a faltar al espero y mucho menos por ser extranjera.

Esperé hasta que sentí sus manos y lo agarré. Le jalé el cabello y lo sumergí unos cuantos segundos. Sentí su lucha, sentí su miedo, sus brazadas para salir huyendo. Al final lo solté, se levantó y tosió un par de veces. Santo remedio. Se alejaron. No nos volvieron a molestar. Nosotras sin embargo, nos salimos del agua y nos retiramos de ahí. 

Hoy recuerdo con tanto coraje esos espisodios. Coraje porque nunca fui una persona que vistiera de forma escandalosa de manera que pudiera prestarse a un ataque de ese tipo. Y aunque así lo fuera, no debería suceder nunca. Coraje porque muchas de esas ocasiones el miedo fue más fuerte que todo y no supe qué hacer más que salir corriendo. Tristeza porque ninguna mujer debería pasar lo ello. 

Me da miedo pensar en que si tengo una hija pase por lo mismo que yo. Porque al final del día no podré mantenerla en una burbuja de cristal para librarla/privarla de su libertad. 

En mi trabajo y en mis redes he leído y sabido de muchísimos casos de acoso. No soy la primera ni la última, pero tampoco creo que nuestra condición femenina permita a los hombres el camino ancho para faltarnos al respeto. 

A mi me encantaría saber de un hombre al que le hayan agarrado las nalgas en el metro o que otro hombre se hubiera embarrado en su espalda y sentirlo demasiado cerca hasta paralizarlo de miedo. 

Ojalá algún día alguien lo desvista con la mirada y se sienta tan sucio que no quiera volver a ponerse su suéter favorito sin que esa sensación de horror le recorra la piel. 

Para cambiar una manera de pensar hay que empezar desde casa. Mujeres dejen de criar machitos, hombres respeten a la mujer, no por su género sino por su ser. 

Dejemos de faltarnos al respeto y denigrarnos con frases sexistas. Tanto vale un hombre como una mujer. Aquí no hay sexo débil, sólo alguien que pide respeto.




lunes, 18 de abril de 2016

Amistad y redes sociales

Hace tiempo durante una de nuestra pláticas mi madre me dijo "hay que fomentar la amistad" y es cierto, y también creo que en estos días de redes sociales nos sentimos más solos que antes. 

Últimamente me siento alejada de mis amigos "cercanos". ¿La razón? No los busco por whatsapp ni los busco en Facebook, los llevo presente en mi mente, si algo leo/veo se los comparto. No los busco 24/7 ni siento que mi obligación sea hablarles a diario o saber de ellos a cada segundo. Sin embargo hay quien de cierta forma me ha hecho saber que un saludo a la semana por mi parte no le caería mal. Aunque pensándolo bien, yo debería recibir lo mismo ¿no?

Yo me pregunto entonces ¿cómo era que me hacía de amigos antes de todas estas cosas digitales? ¿Cómo debo adaptar(me) a las nuevas amistades on line?

Mis amigas más entrañables son aquellas que conocí de niña, con las que crecí. Recuerdo que no necesitábamos hablarnos a diario porque nos veíamos en la escuela y durante las vacaciones de verano ni nos acordábamos de nuestra existencia. Al regreso a clases volvíamos a las andadas y al chal nuestro de cada día. Cuando cambiamos de grado nos llamábamos por teléfono de vez en cuando, sabíamos que allí estábamos. 

Con ellas llevo una relación de esas en las que sabes que puede pasar mucho tiempo sin saber la una de la otra pero que en el momento en que las necesites allí estarán para ti y viceversa. 

Son de esas relaciones que tienen picos, una temporada estás muy unida a ellas, otra estás ausente. De pronto vuelves a estar muy cerca de ellas y otras más muy alejada, así por muchos años y la amistad permanece, a veces siento que se fortalece. Extrañarse funciona, te hace valorar lo que tienes y lo que recibes.

En cuanto a las que son por internet he descubierto varias cosas. Algunas son frías; aún si el trato es diario, no significa que sean relaciones "con contenido". Se vuelven superficiales, sin embargo generan cierta adicción, el morbo en su total expresión. 

Otras, en cambio, se vuelven de cierta forma indispensables, el grado de confianza es mucho mayor, la empatía al otro lado de la pantalla pudiera presentarnos a nuestra alma gemela, a nuestra persona. 

Aquí las palabras juegan un punto muy importante, estas pueden interpretarse de tantas formas que cualquier comentario puede herir suceptibidades y romper el lazo afectivo a la menor provocación. Aquí todos pierden. Y una relación, ya sea virtual o física, no se forza. Por mucho empeño que se ponga, cuando algo ya no funciona no queda más que decir adiós.

Entonces ¿cómo hacer para conservar amistades? ¿cómo fomentar la amistad sin tener que estar pegada al teléfono todo el santo día pero tampoco como para que esa persona se sienta abandonada? ¿se puede llamar amistad a eso?

Vernos, apapacharnos, tenernos cerca es algo básico en nuestras necesidades afectivas ¿se puede pensar que la disponibilidad en redes sociales sustituye al tacto? Si de por sí ya es muy difícil relacionarse en directo lo es aún más virtualmente.

Yo no creo que una amistad se fomente con estar disponibles 24/7 al contrario, de qué sirve platicar todo el santo día si realmente no hay un interés real por lo que sucede con tu interlocutor y viceversa, vaya al final del día de qué sirve echar chal por horas si ni siquiera te interesas por saber si él/ella está bien. Sin embargo esa misma disponibilidad nos acerca a momentos más personales con quien entablamos esa conversación.

Para algunas situaciones definitivamente acercan las redes sociales, para otras simplemente son un tamiz para conocer a los que nos rodean. Por mi parte creo que debo darme tiempo para fomentar tanto a mis amistades on line y aún más a las físicas.