miércoles, 18 de marzo de 2009

Tepoztlán


La clase del viernes fue realmente un martirio. Después de dos semanas entre sueños, bromas, negociaciones, planes y demás, el reloj no estaba siendo cómplice con nosotros pues parecía alargar los minutos de tal forma que las ocho pm no marcaba.

De ahí, algunos despistados todavía no tomaban desición sobre el rumbo de sus pasos, se quedarían, se irían, en fin. La urgencia por llegar a casa y preparar maleta para todos era inminente.

Nuestra partida estaba planeada al amanecer. Después de todo, sería un fin de semana largo y los vacacionistas no se harían esperar. Preferimos salir al compás del sol para evitar tumultos y largas horas de espera en casetas y carreteras. Todo iba viento en popa.

Elamorquetengo se ofreció amablemente a acercarme al punto de reunión. Con unos minutos de retraso arribamos al lugar donde mis cómplices de aventura ya estaban dentro de la camioneta en la que partiríamos. A las 7 am. coincidimos con el resto del grupo en la primera caseta de nuestro recorrido.

Las pláticas de carretera son deliciosas, éramos seis a bordo y tres conversaciones diferentes. En un momento las voces se unificaban en una sola o hacía tremendo bullicio tratando de hacer que el interlocutor escuchara el mensaje. Traduciendo, si uno paraba bien la oreja, se enteraba del chisme del vecino.

Tepoztlán, Morelos es un pueblito cercano a la ciudad. En fin de semana el tianguis de artesanías, las tepoznieves y el cerro del Tepozteco nos invitan a pasear por las calles empedradas y los locales más ecuménicos del lugar. Desde fotos del aura, masajes shiatsú, bolsas y faldas hindúes hasta huaraches de suela de llanta, hacen del pueblo un lugar místico tanto por su variedad como por su gente.

Inclusive mitos como avistamentos ovnis y que la pirámide en la punta del cerro fue construída por extraterrestres, son motivos (o pretextos) perfectos para escaparse un par de días a este lugar y disfrutar del calor en el estado de la eterna primavera.

Llegamos a la Hospedería Benedictina (se llama así ya que sigue la filosofía de San Benito) a la hora señalada en el itinerario. El desayuno y la mesa puesta, el café de olla en su punto y los tamales fueron el menú del día. Entre saludos y risas, el calorcito de la mañana nos preparaba a la aventura.

Después de alimentar a nuestro hombre exterior venía el intelectual. La misión era recoger una entrevista. Él o la incauta debía ser un personaje del pueblo... mmm veamos, tepoznieves/nevero, restaurantes/mesero, mercado....¡tacos de cecina! ahhh y los famosos itacates, que no son otra cosa que gorditas triangulares rellenas de queso, cecina, pollo, etc. Ya tenía el lugar perfecto para mi entrevista... la quesadillera de mi elección.

Pero antes de darle mate a mi antojo, el cual estuvo restringido por un tiempo gracias a la tifoidea que pesqué, escuché a mi hospedadora contarme acerca de su experiencia de vida en Tepoztlán, la historia del lugar y poner marcha hacia la iglesia del centro siendo esta el segundo punto en la agenda para continuar con nuestro recorrido en el exconvento.

Con el sol en cenit, los pies cansados y muchísima hambre, debía tomar medidas extremas para llevar a cabo mi entrevista. ¿no tienen hambre?, pregunté. La respuesta fue más que obvia. El calor hacía estragos en nuestro andar, mi cabeza ya no hilaba ideas, mis pies se encargaban de transportar mi cansado ser hasta la silla más cercana al grupo mientras Joaquín, nuestro guía, nos relataba una leyenda de Tepoztlán.

¿Cómo era posible que nadie escuchara el sonido en mi vientre? Definitivamente no fue buena idea desayunar solo un tamal, de haber sabido que tardaríamos tanto en la visita, hubiera hecho mi itacate y no precisamente de masa. Por fin Paulin se dignó a hacerme segunda y al ver que nos enfilabamos al mercado, el resto del grupo siguió nuestros pasos.

Un comal grande, masa azul, unas manos presurosas atendiendo a los clientes, el olor de la carne cocinándose lentamente, las cazuelas de barro presumiendo su contenido a los ojos del visitante, del hambriento que pide asilo en el puesto donde las bancas de madera resultan un remanso a sus pies; la horchata fría que recorre la garganta aclarándola y dándole a los labios la frescura añorada, el limón dando el toque justo a la carne servida sobre esa tortilla caliente que despide un vapor que se pierde en el azul del cielo... Todo se conjuga para hacer de un taco de cecina, el manjar de los dioses.

Con tanta sabiduría emanada del fuego, mi ser estaba listo para cumplir la misión. Todo estaba a mi favor excepto la tecnología. La batería de la grabadora se terminó y el celular, aunque salió al quite para la última parte de la entrevista, perdió mucho del audio cuando mi compañera se dispuso a gritar a mi lado que le hicieran la cuenta de lo que había consumido.

Después de todo, la conseguí. Mi día estaba completo...Bueno, eso era lo que yo creía.

Mis compañeros de grupo decidieron ir a buscar a un hombre que tiene participación activa en las fiestas patronales de uno de los ocho barrios en que se divide Tepoztlán.

La dirección de su casa apuntaba a cuatro calles hacia arriba del centro. Al llegar al punto señalado nos informaron que no se encontraba y al platicar salió la dirección de otra persona quien se dedica a elaborar máscaras de Chinelos, el traje típico de la región. Decidimos ir a buscarle. Conforme avanzamos, el rumbo se volvía más humilde. Definitivamente lo atractivo para el turista es el primer cuadro del pueblo.

Al llegar a una esquina, tres de mis compañeros se adelantaron a buscar al artesano, wamba y yo decidimos esperarlos mientras confirmaban el domicilio. De pronto se escuchó un ladrido. Citlalli gritó al mismo tiempo que wamba le avisaba del perro. Ni tarda ni perezosa, Citlalli corrió mientras wamba me gritaba ¡córrele...! Nunca vimos al perro pasar ni a Citlalli correr. Nos dimos vuelta en la primera calle que vimos creyendo estar a salvo de una mordida.

Wamba recuperaba el aliento mientras yo veía a otro perro parado frente a nosotras que alzaba su cabeza pues le habíamos espantado con nuestra carrera. Temiendo una segunda corretiza, le pedí a mi compañera que saliéramos de allí con cuidado. Caminamos y todavía con el corazón en la mano, esperamos a que se nos uniera el resto del equipo.

Las risas estallaron al comentar la experiencia. A nosotras no nos correteó nadie, corrimos por instinto. De hecho, el perro le ladró a un chico que pasaba por allí. Puro miedo nomás.
Ya de regreso a la hospedería, y después de buscar al hombre, entrevistarlo y parar un rato en el kiosko del centro, Citlalli, wamba y yo caminabamos por una calle en la cual de pronto escuchamos un ruido extraño. Yo grité y mis compañeras también. Después de la experiencia de ese día, traíamos los nervios de punta. Un par de jovencitos nos pasaron y al ver nuestra cara de susto, se burlaron. Eso de ser temerosas, no nos dejó nada bueno ese día.

Para el día siguiente habíamos planeado una visita a los corredores de viento y a las pinturas rupestres. Nuevamente la desmañanada. Joaquín pasó puntual por el grupo y a las 7 ya estábamos comenzando la segunda parte de la jornada.

El Tepozteco ha cambiado, el INAH ha hecho modificaciones de tal forma que al pie del cerro se hallan escalones de piedra restándole aventura al terreno marcado para subir hasta la pirámide.

Ese día nuestro objetivo se hallaba en el cerro conjunto. Dejamos los escalones y nos colamos entre la maleza. Poco a poco un sendero nos abrió paso a las pinturas. Una de ellas habla de un brujo, realmente parece un dibujo de un niño de cinco años, pero los expertos dicen que no, que sí es genuino.

Para los más intrépidos, así lo dijo Joaquín, los corredores de viento esperaban por nosotros. Una subida difícil en terreno escarpado y una vista incomparable del pueblo, fue la recompensa a nuestro esfuerzo durante más de media hora.

Las fotos por aquí y por allá no se hicieron esperar. Tenía miedo que durante el trayecto se me cayera la cámara o le entrara tierra. Opté por tomar la correa con mis dientes para asegurarme de tener las manos libres pues en caso de una caída sufriría el menor daño posible.

El sonido del celular de mi compañero rompió con el entorno. Una llamada nos avisaba que las menos intrépidas estaban desayunando quesadillas y, preocupadas por el tiempo programado para nuestro regreso, querían saber si tardaríamos mucho. La experiencia se acabó.

Después de arreglar maletas y despedirnos de nuestros hospedadores regresamos a la ciudad. Sin tráfico y todavía gozando del puente largo.

La tercera salida del grupo llegó con mucho trabajo de por medio, sin embargo nos regaló una nueva visión de un lugar por muchos conocido y sobretodo una experiencia más para relatar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Y apareciste tú...

Quién iba a imaginar que me enredaría en tus palabras, con tu tono de voz y me seducirías con tu mirada.

Y apareciste tú...

Llenaste mi vida diaria de charlas interminables. El ángel del silencio no se aparece entre dos y mucho menos irrumpe cuando tú y yo nos desciframos al oído, en las letras, tomando café o leyendo un buen libro.

Y apareciste tú...

Con la palabra precisa, en el momento exacto. Con la sabiduría de quien vive tu pena o tu alegría, de quien comparte el sentimiento que embriaga el corazón o lo aniquila hasta dejarlo hecho cenizas....

A tu lado me descubro, me encuentro y me reinvento...

¡Cómo no enamorarme de tí! ¿Cómo no decir que te amo cuando este sentimiento se transforma y se moldea haciendo fuerte nuestra amistad?

Y apareciste tú...

Y yo me siento dichosa por ello...

Te amo querida amiga.




... A las que no hay necesidad de nombrar pero que saben, las llevo aquí... muy dentro de mí.
Sí, a tí que me estás leyendo... te amo.

martes, 3 de marzo de 2009

Coyoacán

Venir a Coyoacán es imaginarnos una nieve, un café y un elote... Con esa frase y el calor de un sábado por la mañana comenzaba nuestra aventura.

Todavía traía estragos de la enfermedad, me seguía mareando y me dolía constantemente la cabeza. No hay de otra, tengo que hacer un reportaje de esto y ni modo que por un mareo deje pasar la visita. Creo que tomé una acertada decisión. La otra cara de Coyoacán que conocí me sorprendió enormemente.

Casi estábamos todos reunidos, faltaban un par de cómplices quienes poco a poco se fueron anexando a la media luna de grabadoras que fuimos formando.

A pesar de las remodelaciones, se sigue sintiendo el espíritu de la calle, del trajín de las bicicletas, de la gente y la risa provocada por los mimos, el olor del algodón de azúcar.

Era muy temprano todavía, el lugar comenzaba a despertar. Algunos comerciantes abrían sus carritos ambulantes. Un Turibús se estacionó justo frente a nosotros mientras nuestra guía nos explicaba acerca del palacio de Cortés. Donde nunca vivió y tampoco era de él. Curiosidades históricas.

Al terminar el recorrido por la iglesia nos esperaba la Casa Azul. Ese lugar puede estar lleno de arte, de buenas cosas pero en realidad alberga la más triste de las historias. Una llena de dolor del alma, del cuerpo. Cicatrices que quedaron indelebles en el tiempo, en el espacio mismo, en ese hogar.

La explicación fue corta. Las palabras sonaban huecas, el azul neutralizaba el escenario entre voz y vida, recuerdos.


Al salir de allí, el aroma de la comida del mercado invadía nuestro olfato. Vamos a quedarnos aquí, Pily yo te invito un par de quecas!! Mi querida profesora ni la burla perdona, resulta que yo anduve malita y previniendo cualquier otro tipo de ataque gástrico, me abstuve de comer cosas en la calle... y con lo que se me antojaban las tostadas... Ah!!! Pero me he de desquitar. Ya tendré chance de volver exclusivamente al mercado.

Para cerrar con broche de oro nuestra visita, una larga caminata por las calles empedradas aledañas al centro de Coyoacán aminoraron la marcha para disfrutar de la tarde y el viento fresco que comenzaba a sentirse.

Vicky me decía cuánto le gustaba esa zona de la ciudad y yo entendía el por qué... Mucha calma, mucha paz y mucho intelectual. Concluímos que para vivir allí tendríamos que trabajar de sirvientas en una casa de esas o de plano, buscar quién nos heredara una propiedad.

La lluvia amenazaba con alcanzar a nuestro grupo. La visita terminó a la altura de los viveros de Coyoacán. Pasos más, pasos menos. Una despedida fugaz... ya empezaba a escucharse una propuesta para comer en el mercado y antes de que sucumbiera a la tentación emprendí la graciosa huída.