martes, 3 de marzo de 2009

Coyoacán

Venir a Coyoacán es imaginarnos una nieve, un café y un elote... Con esa frase y el calor de un sábado por la mañana comenzaba nuestra aventura.

Todavía traía estragos de la enfermedad, me seguía mareando y me dolía constantemente la cabeza. No hay de otra, tengo que hacer un reportaje de esto y ni modo que por un mareo deje pasar la visita. Creo que tomé una acertada decisión. La otra cara de Coyoacán que conocí me sorprendió enormemente.

Casi estábamos todos reunidos, faltaban un par de cómplices quienes poco a poco se fueron anexando a la media luna de grabadoras que fuimos formando.

A pesar de las remodelaciones, se sigue sintiendo el espíritu de la calle, del trajín de las bicicletas, de la gente y la risa provocada por los mimos, el olor del algodón de azúcar.

Era muy temprano todavía, el lugar comenzaba a despertar. Algunos comerciantes abrían sus carritos ambulantes. Un Turibús se estacionó justo frente a nosotros mientras nuestra guía nos explicaba acerca del palacio de Cortés. Donde nunca vivió y tampoco era de él. Curiosidades históricas.

Al terminar el recorrido por la iglesia nos esperaba la Casa Azul. Ese lugar puede estar lleno de arte, de buenas cosas pero en realidad alberga la más triste de las historias. Una llena de dolor del alma, del cuerpo. Cicatrices que quedaron indelebles en el tiempo, en el espacio mismo, en ese hogar.

La explicación fue corta. Las palabras sonaban huecas, el azul neutralizaba el escenario entre voz y vida, recuerdos.


Al salir de allí, el aroma de la comida del mercado invadía nuestro olfato. Vamos a quedarnos aquí, Pily yo te invito un par de quecas!! Mi querida profesora ni la burla perdona, resulta que yo anduve malita y previniendo cualquier otro tipo de ataque gástrico, me abstuve de comer cosas en la calle... y con lo que se me antojaban las tostadas... Ah!!! Pero me he de desquitar. Ya tendré chance de volver exclusivamente al mercado.

Para cerrar con broche de oro nuestra visita, una larga caminata por las calles empedradas aledañas al centro de Coyoacán aminoraron la marcha para disfrutar de la tarde y el viento fresco que comenzaba a sentirse.

Vicky me decía cuánto le gustaba esa zona de la ciudad y yo entendía el por qué... Mucha calma, mucha paz y mucho intelectual. Concluímos que para vivir allí tendríamos que trabajar de sirvientas en una casa de esas o de plano, buscar quién nos heredara una propiedad.

La lluvia amenazaba con alcanzar a nuestro grupo. La visita terminó a la altura de los viveros de Coyoacán. Pasos más, pasos menos. Una despedida fugaz... ya empezaba a escucharse una propuesta para comer en el mercado y antes de que sucumbiera a la tentación emprendí la graciosa huída.


2 comentarios:

Cl@udette dijo...

Dicen que lo viejo tiene su encanto, no dudo ni tantito que ese sea el caso de coyoacan....las calles empedradas, las casonas cada una con su historia resguardada por sus paredes cual guardian mas fiel, en terminos generales la historia, aquella que a todos nos encanta y nos enriquece los conocimientos.

Ya tendras mejor ocasión de regresar por tus quecas, chance y sea cuando vayas a vivir a tu bella casa heredada por algun pariente olvidado :P

Saludos

Pilar Nieto dijo...

Caludette: Pues espero que mi pariente olvidado no se olvide de mí :D Coyoacán es un lugar mágico, realmente es ideal para una tarde entre amigos...¿gustas?