miércoles, 17 de septiembre de 2008

Arráncame la vida

Catalina llegó a mí hace unos años. Su historia me llamó la atención. Por un lado me sentía indignada ante tanta ignorancia, tanta burla, tanta despesperación por meterme en su vida y hacerle ver que tiene mucho valor como mujer.

Las páginas y los años pasaron y ella se dió cuenta de ello. Yo me alegré en cada línea donde la leía sacar fuerzas y enfrentar al diario transcurrir de su vida hasta el momento en que el amor toca a su puerta.

Catalina se enamora y yo en sus palabras me encuentro. La furia de ese amor se ve oscurecida por su estado civil mientras adivino en sus palabras el final de la historia.

Ángeles Mastretta me regaló un vistazo a la vida de una mujer que bien pudo ser narrada en cualquier época, en cualquier ciudad. Ella eligió Puebla. Era 1985 cuando su novela vió la luz.

Este año, el director Roberto Shneider se arriesga a llevar a la pantalla una novela que en su época fue considerada light por hablar de mujeres, por haber sido escrita por una. Sin embargo, lo que realmente me preocupaba era la adaptación al cine.

Mi miedo era que no se llenara el papel, que le quedara grande a Talancón. Mi miedo era ver otro fraude con uno de mis libros favoritos. Cuando hicieron la Tregua lloré de decepción. Fue una bofetada a Benedetti ante una actuación inverosímil de una mujer que luce espléndida en las páginas para caballeros, no en el séptimo arte.

Para esta producción, Mastretta estuvo al pendiente del guión e inclusive al pendiente de las escenas de Catalina. Aún así, siento que quedó corta la actuación. A mi parecer Daniel Giménez Cacho bajó su ritmo actoral para no comerse a Talancón. La sigo viendo montada en su papel del Padre Amaro.

Tuve la oportunidad de saborear la historia en cine. La película no es mala. Dejo a tu criterio lo demás.

Toda una Diva

Al llegar a casa de mi abuela, y después del acostumbrado "traqueteo" como saludo inicial, le pregunté donde estaba mi abuelo, Se está bañando me respondió.

Mi hermana llegó unos minutos después y una visita inesperada también. Eran casi las 6:30 cuando mi abuela comenzó a alistarse para el evento. Tu abuelo desde temprano comenzó a arreglarse, está muy emocionado con lo de hoy. No era para menos, compramos los boletos hacía ya 4 meses.

Después de cruzar la ciudad con el típico tráfico de viernes de quincena y previo a un puente, llegamos al Auditorio Nacional. La gente vestía sino sus mejores galas, por lo menos decentemente para el concierto. Comento eso pues me he percatado que a eventos culturales la gente ha perdido las ganas de lucir bien, tal pareciera como si estos eventos hubieran perdido su glamour como para vestir igual que siempre.

Con todo y lluvia pudimos llegar a buena hora al lugar. Mi abuelo veía entusiasmado el Auditorio, Es grandísimo, me decía. ¿No habías venido aquí?, No hija, he pasado por fuera pero nunca había entrado. Está muy bonito. El corazón se me hizo chiquito. A sus ochenta y tantos era la primera vez que asistía a un evento en ese lugar. Ojalá que el espectáculo no lo defraude.

Mi abuela emocionada, mi mamá ni se diga. Incluso el amor que tengo con todo y su espalda adolorida se mostraba gustoso. No era Ennio Morricone o la ópera Carmen. El elegido fue alguien más popular, alguien al que sin duda, debe escucharse en vivo una vez en la vida.

El Divo de Juárez arrancó aplausos desde que su basta figura aparecía en el escenario. Los coros, los músicos, la mesa con agua al centro del mismo, todo dispuesto a una noche que prometía levantarnos un par de veces de los asientos.

La velada transcurría y las sorpresas aparecían. Una canción interpretada hace unos años por Cristian Castro era otra en la voz de Juan Gabriel y sus arreglos. Las canciones de Jose Alfredo y de su adorada Rocío Durcal formaron parte del momento emotivo del show, el patrio fue cuando más de 60 mariachis aparecieron por todos lados del auditorio haciéndonos sentir más mexicanos que nunca. Uno no puede evitarlo, llevamos a México en la piel.

Los aplausos ante cualquier indicio de baile por parte de la diva eran abrumadores. No es por nada, el tipo sabe venderse y muy bien. Mejor que ir a ver a un stripper, apenas y se sube un poco el pantalón para mostrar su tobillo y pareciera como si se hubiese desnudado en un santiamén. Ah pero eso sí, no aprende, sigue dando show al filo del escenario. Varias veces pedía al cielo Que no se caiga la muñeca, que no se caiga la muñeca.

La nota mala la dieron unos tíos que según cantan, Mazapán se hacen llamar. Ellos hicieron una aparición especial pues participan en un disco titulado Yo Amo al Divo de Juárez en el cuál interpretan No Tengo Dinero.

Para empezar, el vocalista tiene nombre de payaso, Pepepez, en segunda lo que ellos hacen no es música y por si faltara, cuando cantaron al lado de Juanga no entonaban ni en Do. Gracias a Dios fue momentanea su participación y fugaces en la memoria de los asistentes.

Me encantaba voltear a mi derecha y encontrarme a mi abuelo cantando, a mi hermana haciendo lo propio y a mi abuela agitando en alto el pañuelo blanco que nos entregaron minutos antes del concierto.

Llegó el momento del baile y mis adorados viejos se levantaron a acompañarlo, a aplaudirlo, a gozarlo y yo a ellos.

Tres horas y media fueron las que nos divirtió. En ese tiempo descubrí cuán feliz me hace ver a mis abuelos sonreír a pesar que la media noche nos alcanzó al llegar a casa.

Me divertí como nunca, Juanga no me defraudó. Un concierto más para borrar de mi lista.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Almost Lic.

Hoy es el día del periodista y mis cabecitas de algodón me llamaron para felicitarme... Es la primera felicitación como licenciada, me dijo mi abuelita...Bueno, no quise decepcionarla, ya terminé la carrera pero me falta el H. Título que me acredita como tal... ya que lo tenga, hombre, no me cansaré de presumirlo.

Me siento feliz, con una deuda pendiente pero muy emocionada por ese pequeño detalle.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Un mes como pocos

No, no, no. Lo dicho, me tenía que tocar y justo cuando las olimpiadas estaban en su apogeo, cuando ya planeaba las vacaciones anheladas, en fin. La mala racha tocó a mi puerta.

Todo comenzó cuando mi jefa me comunicaba su irremediable partida hacia las playas de Huatulco. Móndriga, pensé para mis adentros. Nomás vió que yo tenía planes en puerta y se quiso aprovechar de mi buena fortuna. Le vino a dar al traste con todos mis planes.

Total que hice tripas corazón y levanté la cara. Ya había meditado el asunto y con tele prestada me dispuse a disfrutar de las olimpiadas durante la jornada laboral.

Llegó el día y la primera medalla cayó en el contador. Después de derramar mis preciadas lágrimas (sí, lo sé... tengo corazón de pollo), de sentir el pecho henchido con tan plácida noticia, después de imaginar por un momento que sí se puede, sí se puede, llegué a la conclusión de que sólo fue un nubarrón de felicidad.

Al escuchar a las clavadistas decir que ya habían cumplido que se sentían satisfechas, que qué más le podían pedir a la vida dije, Oh my God!!! Con razón somos los del apenitas... pero bueno, ya pasó un mes, ya hice coraje a gusto.

Luego, llegaron las de oro que no saben cómo me puse. Los gritos de mujeres pariendo a las 7 am se confundieron con los míos celebrando las medallas. Cosa más primorosa. Al igual que las 2 de bronce fueron muy celebradas y otra vez, analizando los pros y contras del tan preciado metal y los atinados comentarios del Sr Hermosillo.

Por ahí todo parecía miel sobre hojuelas. La llamada fatal no se hizo esperar. A mi jefa la operaron de emergencia y ni sus vacaciones disfrutó. Karma, puritito Karma (les tocó mal tiempo en la playa). Yo tendría que quedarme al frente de la oficina por lo menos los 15 días que restaban de sus vacaciones. La jefa dejó su lugar por un mes.

Yo estaba más que atacada, por fin una buena oportunidad en lo que a mi profesión se refiere había tocado a la puerta y justo en ese momento el cosmos conspiró para que no pudiera despegar. No era mi tiempo, por fin comprendí. Sin embargo, fue una de las decisiones más difíciles a las que me he tenido que enfrentar. El corazón me dolió, me sentí defraudada, fastidiada, desmoralizada. Todo me salía mal.

Ahora sí me consumía el trabajo, y poco a poco acumulé el suficiente enojo como para que mi cuerpo se quejara. El resultado, estoy enferma.

Fue un mes difícil, un mes en que la vida me presentó diversas pruebas de las cuales salí airosa una y otra vez, un mes en que por un momento sentí que mi vida podría decidirse gracias a una sencilla palabra, sí o no.

Hoy puedo sentirme segura de que tomé las desiciones correctas y que no me arrepiento de ello. Le sacaré ventaja a esto y seguiré adelante.

Ese mes fue sólo el negrito en el arroz contra los 7 anteriores llenos de bendición. Quedan 4 meses, esta historia todavía no termina de escribirse.