miércoles, 3 de septiembre de 2008

Un mes como pocos

No, no, no. Lo dicho, me tenía que tocar y justo cuando las olimpiadas estaban en su apogeo, cuando ya planeaba las vacaciones anheladas, en fin. La mala racha tocó a mi puerta.

Todo comenzó cuando mi jefa me comunicaba su irremediable partida hacia las playas de Huatulco. Móndriga, pensé para mis adentros. Nomás vió que yo tenía planes en puerta y se quiso aprovechar de mi buena fortuna. Le vino a dar al traste con todos mis planes.

Total que hice tripas corazón y levanté la cara. Ya había meditado el asunto y con tele prestada me dispuse a disfrutar de las olimpiadas durante la jornada laboral.

Llegó el día y la primera medalla cayó en el contador. Después de derramar mis preciadas lágrimas (sí, lo sé... tengo corazón de pollo), de sentir el pecho henchido con tan plácida noticia, después de imaginar por un momento que sí se puede, sí se puede, llegué a la conclusión de que sólo fue un nubarrón de felicidad.

Al escuchar a las clavadistas decir que ya habían cumplido que se sentían satisfechas, que qué más le podían pedir a la vida dije, Oh my God!!! Con razón somos los del apenitas... pero bueno, ya pasó un mes, ya hice coraje a gusto.

Luego, llegaron las de oro que no saben cómo me puse. Los gritos de mujeres pariendo a las 7 am se confundieron con los míos celebrando las medallas. Cosa más primorosa. Al igual que las 2 de bronce fueron muy celebradas y otra vez, analizando los pros y contras del tan preciado metal y los atinados comentarios del Sr Hermosillo.

Por ahí todo parecía miel sobre hojuelas. La llamada fatal no se hizo esperar. A mi jefa la operaron de emergencia y ni sus vacaciones disfrutó. Karma, puritito Karma (les tocó mal tiempo en la playa). Yo tendría que quedarme al frente de la oficina por lo menos los 15 días que restaban de sus vacaciones. La jefa dejó su lugar por un mes.

Yo estaba más que atacada, por fin una buena oportunidad en lo que a mi profesión se refiere había tocado a la puerta y justo en ese momento el cosmos conspiró para que no pudiera despegar. No era mi tiempo, por fin comprendí. Sin embargo, fue una de las decisiones más difíciles a las que me he tenido que enfrentar. El corazón me dolió, me sentí defraudada, fastidiada, desmoralizada. Todo me salía mal.

Ahora sí me consumía el trabajo, y poco a poco acumulé el suficiente enojo como para que mi cuerpo se quejara. El resultado, estoy enferma.

Fue un mes difícil, un mes en que la vida me presentó diversas pruebas de las cuales salí airosa una y otra vez, un mes en que por un momento sentí que mi vida podría decidirse gracias a una sencilla palabra, sí o no.

Hoy puedo sentirme segura de que tomé las desiciones correctas y que no me arrepiento de ello. Le sacaré ventaja a esto y seguiré adelante.

Ese mes fue sólo el negrito en el arroz contra los 7 anteriores llenos de bendición. Quedan 4 meses, esta historia todavía no termina de escribirse.

2 comentarios:

Zereth dijo...

Diableca, como lo habíamos comentado, la diferencia es dejar de ver problemas (que nunca faltan, Murphy es implacable) para enfocarnos en las oportunidades.

Besos, un viajecito a Catemaco?

RGalindez dijo...

Bueno, siempre hay que encontrarle las cosas buenas a los tiempos malos, aunque a veces sea como encontrar una aguja en un pajar. Pero, si no tuviéramos momentos de estrés, quizá no valoraríamos muchas cosas.

Ojala pronto sean posibles las merecidas vacaciones.

Saludos