miércoles, 15 de abril de 2009

Conversaciones

Es curioso cuando uno socializa con la gente que comparte camino. Un par de horas para llegar a nuestro destino pueden cambiar el ritmo del día, las expectativas de vida o simplemente, colocarnos una sonrisa en el rostro.

Después de acomodarme en mi asiento, abrocharme el cinturón y contemplar la pista del aeropuerto, pensaba en qué especimen sería mi acompañante de vuelo. Quedaban dos asientos disponibles y una (nunca contemplé las dos) posibilidad para hacer más llevadero el vuelo. Minutos más tarde hallé respuesta a mis pensamientos. Dos chicas, que se veían muy malencaradas, se acomodaron junto a mí.

Ya valió, pensé. Su acento denotaba que no eran chilangas, y con eso de que los capitalinos tenemos mala fama, la posibilidad de entablar un rato de conversación se vino abajo en cuanto una de ellas, la que se sentó enmedio, se quedó profundamente dormida. Y todavía no despegaba el avión.

Había decidido no dormirme durante el vuelo a pesar que llevaba varios días sin dormir. Me gusta mirar por la ventanilla el paisaje al despegar y antes de aterrizar; si cerraba los ojos, seguramente ni el carrito de bebidas escucharía pasar.

Llevábamos unas cuantas horas de vuelo cuando rompí el hielo con mi acompañante al pedirle prestada su pluma para llenar la forma migratoria correspondiente antes de dejar el avión. De aquí pa'l real, me dije. Fue el pretexto perfecto, entre risas descifrabamos los requerimentos de la hoja y comenzamos a platicar acerca del viaje que estabamos iniciando.

Al poco rato, su compañera se despertó y entre las tres disfrutamos de la última parte del vuelo.

Nuestra conversación giró en torno a nuestras actividades diarias, a lo que esperabamos conocer durante nuestra visita, nuestro origen... ellas eran de Jalisco, el cambio monetario, los problemas del idioma, en fin, temas obligados para quien pisa por primera vez un país multicultural.

El avión aterrizó y nos despedimos con los mejores deseos en la semana de aventuras que comenzaba para las tres. Definitivamente me gustan las pláticas de avión.

A mi regreso, todo comenzó en la sala de espera. Mientras platicaba con una de mis acompañantes de aventura, nuestros ojos se cruzaron. Él se veía muy intelectual leyendo un libro grueso, justo los que a mí me gustan. Tenía barba y vestía jeans y una playera ligera. Yo venía forrada en mi chamarra, una semana allí y todavía sentía mucho frío. Nos vimos y nos volteamos, luego miré en otra dirección y un apuesto joven, delgado y muy fashionista también intercambió miradas conmigo.

Bienvenidos pasajeros del vuelo fulano, comenzaremos nuestro abordaje con las filas tal a tal. Preocupada por no olvidar mi barra de Toblerone, perdí de vista a esos especímenes masculinos y me quedé al final. No me preocupaba ser la última... Total, todos vamos a subir.

Al buscar mi asiento me llevé la sorpresa que los dos muchachos con quien crucé miradas estaban sentados juntos y yo quedaría enmedio de ellos. El intelectual quedó a mi lado izquierdo y el fashionista del derecho. Él así como se encendió la luz de los cinturones de seguridad se quedó dormido, mientras que el chico a mi izquierda me daba miradas de le hablo, no le hablo... Yo no me quedaba atrás, tampoco sabía cómo romper el hielo.

El momento se dió cuando la chica sentada delante de mí, me preguntó si no me molestaba que bajara el respaldo de su asiento. No le oí llamar mi atención y mi acompañante muy amable, me dijo oye, te habla. De allí un cómo te llamas fue lo que inició la conversación.

Para nuestra suerte, buena o mala, el avión no traía televisión así que me libré de ver una película infantil cuya aburrida reseña leí en la revista de la aerolínea. Gracias a eso, al sudoku y al crucigrama, hubo momentos de mucha simpleza, de pláticas profundas de tintes teológicos, políticos, culturales, en fin un vuelo mágico-cómico sin la parte musical pues mi ipod se negó a cooperar así que no pude mostrarle mis dotes de dj.

Al llegar a nuestro destino, habíamos hecho muy buenas migas, todavía en la banda de equipaje nos reímos juntos de nuestras simplezas y nos felicitamos por ser tan agradable compañía durante un vuelo.

Me pidió mi número y se lo dí... Dudo mucho que alguna vez me llame jaja... creo que fue mera cortesía. Lo que sí, es que su compañía me alegró el viaje de regreso a casa, y me dejo un buen sabor de boca al confirmarme que romper el hielo me ha dejado buenas experiencias.

2 comentarios:

Cl@udette dijo...

Me encanta socializar en los viajes, como dices siempre se aprende o conoce algo nuevo ;) y si la persona resulta grata a la vista que mejor o no???

Saludos

Zereth dijo...

No hay que perder oportunidades y conocer mundo es conocer parte de su gente, qué bueno que aprovechaste la ocasión.


Besos