domingo, 6 de septiembre de 2009

Lluvia y carretera

Nuevamente es mi cómplice, desde su fría presentación es intermediaria entre el paisaje y mi asiento.

Al salir de la estación, se muestra huraña conmigo. Ella no es como aquella de la que te platiqué alguna vez, con la que un movimiento de cabeza hace que la magia aparezca, no, a esta la tengo que conquistar. Me acomodo, la observo, suspiro y la acaricio lentamente hasta recorrer un poco su vestidura. Ella asiente y me hace partícipe de la belleza exterior.

Mis ojos se llenan de los colores del campo, los verdes maizales, los animales pastando, el cielo a veces azul, a veces gris, todo depende de cuántas frases se reúnan en las nubes hasta formar una cascada interminable de oraciones que cubren el piso con sus refrescantes ideas.

Poco a poco, mi presencia escucha las palabras del cielo, de las nubes su conversación. Son ellas las que me hablan explicándome el por qué escogieron ese sitio, en medio de la pradera, donde su prosa y su verso calmarán la sed de la tierra que las aclama.

Sin embargo, mis pies no están destinados a permanecer mucho tiempo admirando esa conversación. Mi rumbo tiene destino y hacia allá me dirijo. Poco a poco me alejo, escuchando el eco de esas voces que continúan alimentando el polvo de la tierra mientras a lo lejos, una nueva nube me observa.

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