lunes, 7 de junio de 2010

Mérida

No era la primera vez que pisaba tierras mayas. Hace un par de años estuve de visita con motivo del festejo de una de mis amigas, su despedida de soltera en tierra Yucateca. Esta vez regresaba con la esperanza de un mañana mejor y con ganas de disfrutar unos cuantos días de descanso total.

Al llegar a la Ciudad Blanca mi amiga esperaba por mí y la aventura comenzaba.

Mi primera parada fue Motul, el pueblo de donde los famosos "Huevos Motuleños" toman su nombre. La expedición gastronómica no podía faltar y apenas iba el día uno. No cabía duda, había mucho por hacer.

El pueblo de Motul conserva sus características sillas de doble asiento en la que los enamorados quedan uno frente al otro. La iglesia de techos de doble altura y, si la memoria no me falla, de corriente Marianita.

A lo largo de la plaza los carruajes tirados por caballos, esperan ser abordados por los propios y visitantes mientras la tarde cae y el lugar se va llenando del canto de los pájaros entre los árboles y el cielo se cubre de colores tornasol.

Para el siguiente día, en el itinerario estaba la playa. Me habían prometido llevarme a San Felipe, sin embargo el plan cambio por la solitaria playa de Sisal, donde los yucatecos prefieren bañarse pues, según ellos, Puerto Progreso está lleno de turistas y el agua no es tan limpia como acá. Tienen razón. El mar y su oleaje un poco picado pareciera darnos la bienvenida efusivamente. La blanca arena a nuestros pies es condescendiente con nosotros y nos permite caminar sin quemarnos a pesar que el fuerte rayo del sol nos hacía pedir clemencia.

Ya cansadas de nadar, un pescado frito fue la recomendación de Lilí, una chica a la cual conocí por internet y que en esta ocasión tuve la dicha de conocer. No te vayas del mar si comer pescado frito, me advirtió. Y qué rica recomendación. Entre dos terminamos con nuestro platillo rechupándonos los dedos. Ahora sí, de vuelta a casa que otro día de paseo nos esperaba.

Uxmal nos recibió con un clima agradable. El recorrido, aunque corto comparado con Chichén Itzá, me dejó encantada. Un lugar pequeño pero con mucha magia. Subiendo edificios, lo cual me sorprendió pues a comparación de Chichén sólo se puede observar el panorama ya que la erosión y la fauna humana han deteriorado las ruinas mayas.

De regreso a la capital, las casas de adobe y guano, de puertas abiertas y gente apostada en los umbrales nos invitan a detenernos un poco para comprar ciruelas criollas y mamey. Con un poco de chilito vamos haciendo plática de carretera disfrutando de nuestro improvisado postre.

Para descubrir Mérida y sus alrededores basta con tener un buen calzado, una botella de agua y mapa en mano con la mejor actitud del mundo ignorando el calor, que en estas fechas, alcanza los 38 grados. Por supuesto no faltará comida y para ejemplo el Poc Chuc, la cochinita pibil y la refrescante agua de lima que es capaz de apagar la más cruenta sed.

En esta ocasión pocos fueron los lugares nuevos que recorrí, el resto de mis días me deleité con la compañía de mis amigas, de nuevas amistades y de recorrer mis sitios preferidos así como tomar el obligado turibus que me permitió encontrar nuevos recovecos de tan cálida ciudad.

Pronto regresaré, de eso estoy segura. Y esta vez el recorrido será ecoturístico. Los cenotes sagrados esperan por mí, otro tipo de aventuras contaré. Lo que puedo asegurar es que el amor por mi país se hace cada vez más grande.

1 comentario:

Zereth dijo...

Mhh me quedé anclada en donde dice "cochinita pibil" jajaja.

Maravilloso que hayas disfrutado tus vacaciones en ese lugar, al que fui hace muchos años y siempre hay pretextos para regresar.