viernes, 19 de febrero de 2016

Vecinos

Vivir en pareja implica tomar riesgos, conocer las manías y costumbres del otro, emocionarse por darle calor de hogar a ese techo en el cual nos refugiamos, conocer el entorno y también, lidiar con los vecinos. Compartir el espacio de vivienda en esta ciudad no sólo poner aprueba la tolerancia del ser humano, también sirve para ser sociólogos en potencia.

Cuando llegamos a este lugar, fuimos testigos de una lucha de poderes. Nos recibió el olor a pintura fresca del tono color chocolate que le estaban dando a los escalones de cemento del edificio, los gritos y quejas de dos vecinas que decían no soportar esas ridiculeces y mucho menos estar conformes con esa arbitraria decisión y que fueron acompañados unos segundos después por los gritos de la que se dice administradora del lugar. Mi casera en ese momento se disculpó con nosotros y nos abrió la puerta de nuestro nuevo hogar. Bienvenidos pues, pásenle a lo barrido.

Al paso de los días, esos sesenta metros con paredes en blanco nos veían comenzar emocionados a darle forma a nuestro hogar. Poco a poco nos fuimos encontrando en nuestra rutina y conociendo a nuestros vecinos. Buenos días para una mujer de baja estatura que sonríe alegre y que siempre tiene prisa, buenas tardes a mi vecina de a lado cuya cara de pocos amigos combina con aquella actitud nefasta de la discusión del primer día, disculpe con permiso, para aquella mujer de semblante triste que todas las tardes sale a fumarse un par de cigarros sentada en la escalera mientras escudriña su celular.

Y un buen día, un pequeño golpe a un auto rojo estacionado junto al nuestro nos puso en la mira de la administradora. Su auto fue el afectado. Bendita puntería.

Después de dejarle una nota y al recibir su llamada, mi amado chocacoches se presentó con esta mujer de voz aguardientosa y que transpira tabaco por todos los poros de su ser para arreglar el incidente. La administradora recibió el dinero pactado sugiriendo que probablemente faltaría dinero pero que no nos preocupáramos ya que ella desde el fondo de su noble corazón (y de su bolsillo) pondrían el faltante. 

Mi compañero ya lo sabía, esa mujer es de aquellas que buscan beneficiarse de todo y a costa de todos. Lo que se ve no se juzga. Y no se concretó en cerrar el trato, también quiso interrogar al nuevo vecino sobre nuestra vida familiar y aprovechó para contar los detalles truculentos de todos en el edificio.

Habló sobre nuestro vecino de enfrente, un borracho golpeador, decía. Tiene una familia horrible y todo el tiempo se la pasa haciendo desfiguros, dijo. Dio detalles de alguien más y antes de despedirse pidió el dinero del mantenimiento y prometió entregarnos la llave de la azotea para subir a llenar el tanque de gas cuando fuera necesario. Hace casi un año de eso y todavía cuando la encontramos en el pasillo dice que ya casi la tiene. Seguro es de importación o de manufactura artesanal porque cada vez que subo, la reja está abierta y ella sólo se asoma por su ventana para ver quién anda allí.

Lo cierto es que en el transcurso de estos meses hemos descubierto que el vecino borracho sólo se ha puesto impertinente dos veces pero que tiene una voz que se escucha a tres kilómetros a la redonda, habla bajito pues. Su mujer no es horrible, solo se expresa como carretonera y cuando se enoja ni su marido dice pío, fina ella. 

Aprendimos que mi vecina de a lado tiene un esposo villamelón al que le encantan el fútbol americano y que entona con fervor el himno nacional cuando enciende el televisor y se está transmitiendo algún deporte, que le gusta la música de los ochentas y que cuando ella no está, saca al artista que lleva dentro poniendo el karaoke a todo volúmen.

Descubrimos que los gritos que se escuchan a media noche no eran otros sino los maullidos de una gata en celo que tiene amoríos con otro gato pardo dos edificios abajo, y que definitivamente mi vecino de arriba sí tiene una vida sexual muy activa lo cual resulta muy bizarro ya que en el departamento contiguo viven cuatro chicos mormones que no imagino qué cara pondrán cuando comienzan las olimpiadas del amor. Santo, santo, santo. 

Yo no sé qué opinión tendrán nuestros vecinos de nosotros. Yo no tengo queja alguna, porque a pesar de ser todos tan distintos, nadie se ha metido con nadie, y de situaciones embarazosas no hemos pasado. ¡Vaya que somos una fauna muy variada!

Agradezco que las veces que hemos necesitado ayuda una mano solidaria siempre ha aparecido, y que hoy estos meses de convivencia en condominio me dan para escribir. 

Definitivamente ha sido una buena aventura, y espero que siga así mientras este pequeño lugar siga llamándose nuestro hogar.



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