martes, 26 de mayo de 2009

Viajes espontáneos

Tenía ya varios días en casa, viendo la tele hasta hartarme, levantándome solo Dios sabe a qué hora y perdiendo la noción del tiempo mientras pudiera. Otros días estuve muy activa y resentía mi falta de sueño del día anterior pues otras actividades ocupaban la orden del día.

Ya traía la idea en la cabeza; un viaje inesperado, de esos a donde el destino me lleve o en su defecto, hasta donde me alcance con lo que traía en la cartera. Unas pláticas después en el messenger y mi destino quedó asentado: visitaría a la Diableca.

Me emocionaba corresponder a las tantas tardes (y desayunos) de café y libros que ella ha propiciado como encuentro, además iba a sus terruños a los cuales hacía varios años que no visitaba. Pensaba en qué tanto me rendiría el día para matar dos pájaros de un tiro, aunque preferiría matar sólo uno y disfrutar de su compañía.

Compré los boletos de autobús un día antes, escogí el ajuar que me parecía propio para la visita y para soportar el calor que se hacía sentir tanto en la capital como en el lugar a donde iba. En un abrir y cerrar de ojos, la medianoche me alcanzó. Dejé mis conversaciones nocturnas on line y decidí abrazar a Morfeo por lo menos un par de horas.

Al día siguiente salí temprano de casa, previo desayuno y con el corazón henchido de alegría por una nueva aventura.

Sabía que el viaje duraría poco más de 2 horas, talvez 3 y me fuí preparada para no aburrirme. En mi bolsa llevaba un ipod y un buen libro. No me gusta dormir en carretera, prefiero ver las películas durante el viaje o leer, en realidad lo que más me gusta es ir viendo el paisaje. Alguna vez me tocó ver lluvia en un lado de la carretera y del otro lado, el paisaje todo seco o la luna más grande que hubiera imaginado. Esas imágenes no las cambio por nada.

Llegué a mi destino una hora más temprano. El camión que tomé no salió de la acostumbrada central de autobuses sino de una nueva ubicada más cerca de mi casa así que la ruta fue diferente además de mi buena suerte, creo yo.

La Diableca todavía no estaba lista con la banda, las flores, los bombos y platillos para recibirme, sin embargo, después de unos pequeños ajustes coincidimos en el punto estratégico en el cual se daría nuestro encuentro.

Hicimos del día algo verdaderamente delicioso y no lo digo por las charlas y las risas. Ese día cociné, fuí su pinche y cito de ella: "Vaya calidad de pinche". Muy obediente yo, seguí sus instrucciones al pie de la letra y el resultado fueron unos Brownies bastante buenos, que fueron, además del postre, el cierre a nuestro día.

El tiempo, y mire que tratamos de hacerlo rendir, se fue volando. La lluvia comenzaba a caer y el taxista que me llevaba de vuelta a la central de autobuses me prometía llegar a tiempo pues estaba a 10 minutos de perder mi autobús.

Arribé a la estación con el tiempo suficiente para sentarme con calma. Degusté durante el camino de regreso el buen sabor de boca que la cocina, la charla y la amistad me dejaron... no cabe duda, son los mejores ingredientes para hacer de esta vida un verdadero manjar.

De vuelta en casa, busco en el calendario la fecha en que será agendada la siguiente visita. Mientras tanto, la receta de los brownies la volveré a poner en práctica.

Salud!

2 comentarios:

Cl@udette dijo...

Una buena charla, la compañía ideal y un buen postre...que más se puede pedir ;)

Un abrazo

Zereth dijo...

A ponerle fecha a tu siguiente visita, ya tengo listo el café!

Besos